Si los barberos hablaran. Tipos de clientes (incluido tú).
Unas sencillas claves para saber que tipo de cliente eres, y porque tu barbero, casualmente, siempre tiene la agenda completa cuando tú le llamas.
Empecemos fuerte: Los viejos. Son seres de más de 80 años, muy probablemente de este planeta. Suelen ser o bien muy majetes o nada en absoluto. No hay término medio. En general molan, salvo cuando se quedan dormidos en la sala de espera, y te entra la duda de si están vivos o muertos. Les gustan las cosas gratis y, ni de coña, van a pedir cita previa. Jamás.
El mirlo blanco o caramelito, el mejor cliente de todos. Ese tío calvo que se rapa al cero. Diez escasos minutos de trabajo, y la agenda vuelve a cuadrar. Gracias, gracias, gracias. No hay nada mejor. Si San Pedro fuera barbero, las puertas del cielo estarían totalmente abiertas para ellos.
El Moderno. El que te pide cosas de las que no tienes ni idea. A veces piensas que se las inventa sobre la marcha. Sin embargo, los barberos asentimos como si supiéramos perfectamente de qué nos están hablan-do. Luego, claro está, hacemos lo que nos parece. Un clásico de toda buena barbería que se precie.
El San Judas Tadeo (Abogado de lo imposible). Se le reza el día 13 de cada mes (así llamo al que busca lo irrealizable). Trae fotos de Brad Pitt, Jon Kortajarena o George Clooney, para imitar sus encantos capilares. Por pedir que no quede. Con un par.
El Jaime (en honor al número uno). Este nunca pide cita, y encima te pilla siempre parado. Debe pensar que eres un millonario excéntrico que paga las cuotas de autónomo solo por vicio. Gente con suerte.
El Wikipedia. No sé qué sería de éste sin Internet. Ya no hay discusión posible. Lo sabe absolutamente todo. Además, tiene dos costumbres que nunca soportaré: 1)Enseñar vídeos que él considera desternillantes, y que, por si fuera poco tormento, nunca suele encontrar a la primera. Te deja esperando, tijera en mano, rezando para que sea uno cortito de no más de 30 segundos. 2)Si, por suerte tuya, no los encuentra al momento, una vez se ha marchado te los envía por correo electrónico como si fuera una mala pesadilla. Vamos, que no te escapas. Vídeos de gatos, vídeos de accidentes y los que más odio: vídeos de gente cortando el pelo con objetos como hachas, fuego o motosierras. Estos me llegan por miles. Todos repetidos.
Empiezo a pensar que en la India o Pakistán nadie corta el pelo con cosas normales.
El de los chistes, que es otro Wikipedia, pero de los 80. Tiene los bemoles de contar chistes de barberos a un barbero. Señor, llévame pronto. La comunidad barbera ya los conoce todos. Se ha cerrado el círculo. Por eso inventaron Internet; para generar contenido nuevo para el gremio. Vídeos de hachas.
Invasores del espacio. Nunca aguardan su turno en la zona habilitada. La sala de espera no está hecha para ellos. Dicen que les cansa estar sentados. ¿Es eso posible? Me dan ganas de robar una pegatina de Caja Badajoz y pegarla a tres metros de mi sillón.
El dominguero. Este tiene buen talante en principio. Viene en chandal, y acaba de desayunar. Eso es lo malo: Tostadas de aceite y ajo. ¡Sí, ajo! ¡Y viene a arreglarse la barba! Te digo todo y no te digo ná. Bueno, sí. La gama de perfumes es muy amplia: Torrijas, churros, buñuelos… Podría averiguar la época del año por el aroma de su bigote.
Los clientes perdidos. Son de los mejores. Dejaron de ser clientes, y ahora vuelven a casa como el en-marido arrepentido. Mal peinados, con la camisa arrugada y los bolsillos del revés. Hay que quererlos. Sin rencores.
Los nostálgicos (esto va por ti Rafa), que son como los clientes perdidos, pero por obligación. Dejaron de venir al quedarse calvos. Te miran desde la calle, con añoranza. En plan «Vuelve a casa por Navidad». Algunos han llegado a tener hijos varones con el único objetivo de volver con su barbero. Se comprende. Es mucho amor el que damos.
El merodeador o Raphael. El que tespeeeeeera en la puerta. Como la canción del tonadillero. Abras cuando abras, él ya está allí. Da miedo. Si me están leyendo, no hagan esto. Por favor. Lleguen tarde como todo el mundo. Gracias.
Mr. Flanders. Es tu fan número 1. Para él, eres Dios. Te seguiría hasta el fondo del mar. Te admira, te ama. No lo soporto. Sean normales. Pongan alguna pega de vez en cuando. Cuidado con estos. Recuerden a John Lennon. Y cuando dejan de venir, dan más miedo que cuando vienen. ¡A tope acoso!
El marido de la peluquera. No lo aguanta ni su mujer. De hecho, ella sabe cortarle el pelo, y aún así PAGA por no hacerlo. Por algo será. Si ella viene con él, la cosa se torna en película de Álex de la Iglesia. Si sabes cortarle el pelo, ¿que hacéis aquí?
El feo con barba. Estos sois muchos de los que leéis esta revista. Rezad para que no pase nunca de moda. Cuando alguna vez les afeito, sueltan sorprendidos la frase: ¡Qué cara se me ha quedado! La que tenías, amigo. La que tenías. Métete en casa, y pública fotos viejas en Instagram. Cuatro semanas sin salir. La marmota de Punxsutawney se ha escondido para ti.
El especial; el «diferente». Me quité la barba porque la lleva todo el mun-do. No hay nadie como yo. La gente me copia. Yo, yo. Emogi dedo.
El aguilucho. El que arrima el codo a la cebolleta y te mira a los ojos, como culpándote. Hay que arriesgar. Arrimar tú un poco más y que sea lo que Dios quiera. Lo mismo ganas un cliente para toda la vida, que lo pierdes para siempre. Todo o nada. Eso hago yo.
El infiltrado. Espécimen curioso y mezquino donde los haya. Es peluquero, pero no te lo cuenta. Va de incógnito. Se corta el pelo, se queda con el cante de todo y luego, en plan buen rollo, te confiesa: Yo también soy «barber». Hijo de la gran… Vienes a aprender de gratis.
Los niños. Capítulo aparte. No me importa atenderles, pero la única pega son sus padres. O mucho peor: sus abuelos. Cortaría eternamente el pelo a niños, siempre que fueran huérfanos. Lo voy a poner en un cartel. Y no sigo, que no quiero perder más clientes. Tengo que vivir de esto. Pero piensen algo: Si la realidad supera a la ficción, cuantísimo me estaré callando: Los comerciales, las novias, el gitano de las flores, el del círculo de lectores, el gitano de los calcetines (primo del de las flores), los calvos que llevan estructuras de laca tan complejas como para salir en el programa Mega Construcciones.